Jóvenes Talentos de Relato Corto

CARLA FERNÁNDEZ de 2º ESO B ha obtenido el segundo premio de redacción patrocinado por Coca-Cola en su 56ª edición

Relato Corto de Coca-Cola

Corrí todo lo que pude. Teníamos que escapar de allí. Mire a la pequeña. Estaba llorando mucho, tenía el rostro compungido y casi no podía seguir mi ritmo. La cogí en brazos, aunque fuéramos más lentos ella estaría más segura. Seguí corriendo, hasta que caímos al suelo. No podía ver nada, pero la apreté muy fuerte contra mi pecho. Me la arrancaron de mis brazos. Oí como gritaba mi nombre, agonizante y de repente sentí un golpe fuerte en la nuca.

Me desperté y pensé, aliviado, que solamente había sido una horrenda pesadilla. Que mi hermana estaría sana y salva en su habitación, que a estas horas ya se habría levantado. Que la oscura guerra en la que nos habíamos sumido había sido solo un sueño de esos malos sueños de los que te despiertas con sudores fríos recorriéndote la espalda. Pero me incorporé y vi la pared derruida de mi habitación. Recordé que ahí estaba la puerta al salón, donde estaban papá y mamá. Recordé que no había sido un sueño. Me palpé la nuca y cerré los ojos muy fuerte por el dolor al sentir la cicatriz que me había quedado el día que perdí a mi hermana.

Caminé hacia el lugar en el que antes había una pared. Me senté en el borde y miré al vacío. Los escombros seguían allí. Pocos habíamos sobrevivido y los que lo habíamos hecho nos habíamos juntad por zonas para ayudarnos entre nosotros. Vivíamos en el bosque, lejos de los que nos quieren muertos. Yo antes estaba en un grupo. No podía cuidar de mi hermana yo solo, pero un día ELLOS encontraron nuestro refugio. Fue una masacre. No estábamos preparados. Ese fue el día que perdí a mi hermana para siempre. Sinceramente, no sé por qué me dejaron vivir. Desde entonces no me he vuelto a unir a otro grupo. Puedo cuidar de mí mismo.

Ya han pasado dos años desde todo aquello. Ahora vivo en una pequeña cabaña cerca de mar. Donde el bosque se une con la arena. A veces vuelvo a la ciudad en busca de objetos. Entro en casas abandonadas y pienso cómo sería la gente que vivía allí. Pienso si serían felices antes de las bombas y me llevo algún objeto como recuerdo. De mi casa poco pude recuperar. Una pequeña caja de música. Cada vez que escucho su melodía no puedo dejar de llorar. Pienso en la vida normal que tenía antes y me arrepiento de haber deseado "vivir una aventura". Me arrepiento de haberme enfadado con mis seres queridos por tonterías. Me arrepiento sobre todo, de no haber valorado lo suficiente lo que tenía. Esa cajita de música es lo único que me queda de aquella vida.

Salí de mi antigua casa y empecé a caminar hacia el bosque. Me paré junto al primer árbol. Suspiré ante la decisión que iba a tomar y me giré para admirar por última vez lo que quedaba de mi querida ciudad.

De camino a mi nueva casa encontré una trampa. Era como un cepo para osos, pero mucho más grande. Estaba atado a un cable que daba a una especie de alarma. La esquivé velozmente y seguí con mi camino. Ya había visto muchas como esa antes.

Alguien me gritó. Me giré lo más rápido que pude. Era un chico. Debía de ser de mi edad. Empezó a correr hacia mí, sonriente. Antes de que me diera tiempo a advertirle, ya estaba en el cepo. Giré la cara, no podía contemplar esa escena. La alarma empezó a sonar y yo sabía que llegarían de un momento a otro. Decidí marcharme lo antes posible, pero el grito desgarrador de quien lo ha perdido todo me hizo pararme en seco. Corrí apresuradamente hacia la niña que lloraba el cadáver del chico y la cogí por la cintura y la llevé como un peso muerto. Para mi sorpresa no opuso resistencia.

Corrí y corrí en dirección a mi cabaña. Cuando nos habíamos empezado a alejar un poco, llegaron a mis oídos sus gritos de guerra. Oí también que corrían en nuestra dirección, pero pasado un rato dejé de escucharlos y supuse que nos habían perdido.

Cuando llegamos conseguí calmar a la niña, a la que casi no me dio tiempo a presentarme porque comenzaron a dispararnos desde todos los flancos. Pude empujara al suelo antes de que fuera tarde. La niña comenzó a llorar muy fuerte. Saqué la cajita de música de mi mochila y empecé a girar la manivela. Sabía que era cuestión de tiempo que entraran, pero tenía la necesidad de calmarla. Funcionó. La melodía la hizo sonreír un instante.

Abrieron la puerta. Intenté con todas mis fuerzas aferrarme a ella, pero una vez más me la arrebataron. Le dieron fuerte con la culata de sus rifles en la nuca, lo que le hizo perder el conocimiento. Entonces supe lo que me iba a ocurrir a mí. Me pusieron de rodillas, pero antes de que pasara, miré a la niña y me aseguré de que la cajita de música estaba en sus manos.

Oí el disparo, sentí como entraba justo donde estaba mi cicatriz y luego todo acabó.

Por Carla Fernández Vicente 2ºESO B IES Pando Oviedo 2016

 
 

Algunas de las imágenes que salen en este sitio han sido tomadas del Banco de imágenes y sonidos del isftic

Design by i-cons.ch / namibia-forum.ch