Siguiendo idéntica tónica de artículos
precedentes sobre la minería subterránea desarrollada en el monte
Naranco, se completa con el presente la actividad minera acontecida
en la montaña ovetense por excelencia.
Además de yacimientos de hierro y carbón, existieron explotaciones
de rocas industriales: calizas y dolomías, cuyo beneficio perdura
hoy en día. Se desconocen las fechas del comienzo de utilización de
este tipo de materiales, pero al menos en 1880 ya se trabajaban
canteras de caliza en Arnedo y Fitoria con destino a la construcción
de carreteras, calles y edificios de Oviedo. También es conocido que
hacia 1897, en la construcción de la cárcel de Oviedo, se bajaba
piedra del Naranco utilizando como medio de transporte el
ferrocarril minero.
El laboreo de canteras y, en general, todo tipo de minería a cielo
abierto, genera un cierto temor social de una actuación
inmisericorde para el medio geológico. Aunque, en mi opinión, no se
debe confundir la salvaguarda de la naturaleza con su intangibilidad
a ultranza, no son de recibo las actuaciones que se han
desarrollado, y aún hoy tienen lugar, en el entorno del Naranco,
singularmente en la falda que avista al Norte. Se echan en falta
iniciativas restauradoras que minimicen la agresión producida por
las actividades antrópicas, pudiendo calificarse las acciones
llevadas a cabo como «minería de rapiña» y en consecuencia deben ser
condenadas sin paliativos.
En el Naranco se benefician rocas carbonatadas con doble destino,
tanto para áridos como para fundentes de la industria siderúrgica.
La caliza (carbonato cálcico) y la dolomía (carbonato
cálcico-magnésico) son los fundentes básicos más comunes en
metalurgia ferrosa y no ferrosa (con ellos se logra disminuir el
peso específico y la temperatura de fusión de la escoria).
Uno de los materiales que mejor cumplen las especificaciones
exigidas en el ámbito de los fundentes, esencialmente el factor de
alcalinidad, es la denominada «caliza de montaña», de la que existen
volúmenes ingentes en el monte carbayón. La principal cantera del
Naranco que beneficia esta «caliza de montaña» pertenece a Ensidesa,
luego Aceralia y hoy Arcelor, y constituye una de las mayores
explotaciones de rocas carbonatadas de Europa; se ubica en la ladera
septentrional de la sierra, en la zona dominada por los cerros de El
Cogollo y Los Cuarteles.
El permiso de apertura de estas canteras fue solicitado al
Ayuntamiento de Oviedo el 22 de junio de 1963 (archivos del
Ayuntamiento de Oviedo) y en él se señala que la Empresa Nacional
Siderúrgica «consume en sus instalaciones de hornos de cal, hornos
altos y hornos de acero gran cantidad de caliza, lo que obliga a
investigar las posibles existencias de la misma en lugares de fácil
acceso en esta provincia. Y existiendo indicios de que en terrenos
patrimoniales de ese Ayuntamiento, sitos en la zona de Brañes,
pudiera existir piedra caliza en condiciones y cantidad suficientes
para cubrir las necesidades del consumo a que se ha hecho referencia
durante un largo plazo, sería de gran conveniencia y utilidad la
realización de calicatas y sondeos en dichos terrenos, como trámite
previo al expediente de expropiación forzosa que se está
preparando».
Las canteras del Naranco explotan calizas grises, generalmente
masivas e irregularmente dolomitizadas, presentando, en general,
todo el macizo rocoso una importante karstificación. Puntualmente,
los contenidos en óxido de magnesio son elevados pudiendo llegar a
alcanzar cifras del 20-25 por ciento. El interés de esta materia
prima para utilizarla como fundente coadyuvó a que se realizaran
estudios precisos (especialmente en 1985) sobre la extensión de la
masa de dolomía en áreas restringidas del ámbito de las canteras.
Con los datos facilitados por sondeos mecánicos se realizó una
cubicación del orden de 85 millones de toneladas de material
dolomítico.
De manera genérica, son este tipo de explotaciones mineras las que
ocasionan mayores efectos no deseables sobre el medio ambiente
debido a la dureza y consistencia del material. Por un lado, se
producen efectos instantáneos debidos a las detonaciones de las
cargas explosivas utilizadas en las voladuras. Este impacto origina
molestias auditivas y vibraciones -por transmisión de ondas- amén de
potenciales daños en las edificaciones cercanas e inestabilidades en
los taludes.
A los anteriores hay que añadir unos efectos temporales producidos
por el uso de maquinaria pesada, sondas de sondeos y en las plantas
de tratamiento (machaqueo y clasificación). Provocan
intensificaciones en la cuantía de los decibelios y la emisión de
gases y polvo a la atmósfera. Por último, existen efectos
permanentes, caracterizados por su descollante impacto visual,
debido tanto a los cambios morfológicos de la orografía natural,
como a las modificaciones cromáticas que se introducen en el entorno
¡Y menos mal que la zona afectada por los arañazos (mejor, zarpazos)
mineros apenas se ve desde Oviedo!.
En las canteras del Naranco son perceptibles los tres tipos de
efectos mencionados, produciéndose un resultado sinérgico, ya que al
actuar conjuntamente refuerzan el impacto que causarían de manera
individual. Parece inconcebible la ausencia de restauraciones
paisajísticas (recubrimiento con tierra, plantación de especies
arbustivas o arbóreas, etc.) que resten las secuelas antiestéticas
de estos deterioros mineros.
En el marco del plan integral para la recuperación del Naranco
debería contemplarse esta problemática medioambiental para solventar
la anacrónica situación creada. Se trataría de racionalizar la
vigilancia de estas explotaciones y forzar la realización de planes
de restauración medioambientales que reduzcan el agresivo impacto
visual que ocasiona alguna de ellas.
Aunque resulta necesario el abastecimiento de materias primas para
la industria, también es ineludible e inexcusable el respeto al
medio natural.
Manuel Gutiérrez Claverol es doctor en Geología y profesor de la
Universidad de Oviedo. |